Exorcismo en Tepoztlán
“Era una noche de diversión, un fin de semana más de fiesta en Tepoztlán. Después de que cruzamos una parte boscosa para llegar a la entrada del Pueblo, fue que mi amigo se comenzó a portar de una forma que nos heló la sangre… Esa noche nadie llegó a su casa…”
Diego tenía un grupo de amigos con el que salía cada 8 días de fiesta en Cuernavaca y otros lugares cercanos.
Cursaban los últimos semestres de la prepa.
Paola, una de sus amigas, lo invitó a una fiesta en una casa a los alrededores del Pueblo Mágico de Tepoztlán.
“Me acuerdo que era sábado en la mañana y mi mamá no me quería dar permiso para ir, pero pues era una fiesta en Tepoz y casi no había esas oportunidades. Le insistí hasta que me dejó, y en la tarde pasaron por mí”.
En el coche iban 5 personas: Diego, Paola y 3 amigos más, entre ellos Mario, quien era un viejo amigo de ella y lo invitó porque estaba pasando por una mala racha en casa.
El cielo se encontraba despejado y la luna brillaba en todo su esplendor, con esa vista que solo el Pueblo Mágico regala a todo aquel que lo visita.
Eran cerca de las 8 de la noche cuando llegaron a la casa rodeada de varios árboles y aislada de los demás hogares.
“¡Que bueno que llegaron, pásenle, sírvanse de lo que quieran! Las botellas y los refrescos están en la mesa al lado de la cocina”, dijo la anfitriona de la fiesta al recibir al grupo de amigos.
Pasaron las horas y Mario comenzó a tomar de más, se puso agresivo y burlaba de una forma que molestaba a los demás invitados.
Fue tanta la incomodidad de los invitados que la chica anfitriona pidió a sus amigos que se lo llevaran.
1:30 am
Diego y otro de los chavos cargaron a Mario recargándolo en sus hombros. Con los pies arrastrando lo sacaron de la casa y lo llevaron al auto para regresar a casa.
El chico intoxicado no soportó más y terminó vomitando en el camino, junto a un árbol, antes de llegar al vehículo.
Subieron a Mario y lo sentaron en el asiento trasero del lado derecho; Paola en el medio y en la otra ventanilla Diego. Los otros amigos eran conductor y copiloto.
“Me acuerdo que arrancamos el coche y todos íbamos molestos pero nadie decía nada. Aunque el comportamiento de Mario ya no me gustaba. Tenía una mirada pesada, fija, y sonreía de manera burlona”, recuerda Diego.
1:50 am
Apenas habían logrado avanzar unos metros, cuando el chico comenzó a reírse de manera escandalosa, por breves episodios, al tiempo que murmuraba cosas en voz baja, algo que nadie lograba entender.
“Ya guarda silencio”, le decía Paola con palabras que se perdían en el aire. La incomodidad comenzó a convertirse en tensión y Diego, quien venía de una familia creyente, sintió miedo. Entonces empezó a rezar en silencio, solo en su cabeza:
“Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu re…”
“¡Cállate Diego! Me estás molestando”, grito Mario en medio del silencio. Todos se quedaron perplejos y le preguntaron qué ocurría. No hubo respuesta, y tampoco de Diego.
El ambiente se estaba volviendo más tenso, y nadie se atrevía a decir nada. Diego se llenó de temor y siguió rezando en su cabeza, pero al instante fue interrumpido.
“¡QUE TE CALLES! ¡Me lastimas!“, salió un grito de la garganta de Mario pero con una voz gruesa, desgarradora, que provocó que el chavo que conducía frenara de golpe.
En ese momento todos se quedaron callados, viéndose unos a los otros, mientras que la amiga que iba de copiloto le reclamaba a Diego por venir molestando al otro chico.
“Vamos a bajarnos todos del coche y Mario se queda aquí“, dijo Paola asustada porque no entendía lo que estaba pasando ni lo que acababa de escuchar.
2:05 am
Dejaron el auto orillado y todos se bajaron para reunirse unos 10 metros lejos.
“Ya te dijo que lo dejes en paz, no lo estés provocando, ve en qué condiciones viene”, le reclamaban sus amigos a Diego.
“Yo no estoy haciendo nada, pregúntenle a Paola. He estado callado todo el camino. “
Sus amigos no le creían pero Paola, quien estaba a su lado, sabía que decía la verdad. ¿”Entonces por qué dice que te calles?”, insistían.
“Yo solo vengo diciendo algunas oraciones en mi cabeza, es todo”
Todos se quedaron callados.
“Hagamos un rezo juntos, en voz baja, para ver si es cierto”, dijo Paola. Entonces, un tanto escépticos comenzaron a rezar.
“¡QUE SE CALLEN! ¡CÁLLENSE MALDITA SEA!, se escucharon los gritos desde el coche.
En ese momento todos entendieron que necesitaban ayuda, que había algo fuera que ellos no podían controlar.
Una de las chavas llamó a su mamá y le explicó la situación. Conocían a una señora de edad un poco avanzada que se dedicaba a trabajar con energías en el Pueblo. La contactaron y llevaron a Mario hasta aquella casa.
2:25 am
Llegaron al lugar que les había indicado la señora, se bajaron todos del auto y entraron. Ella pidió que llevaran a Mario hasta una habitación y los dejaran solos, mientras los demás esperaban en la sala.
“Me acuerdo que comenzó a hacer muchísimo frío, los suéteres ya no nos cubrían tanto y se veía todo oscuro, a pesar de la luz. De la habitación se escuchaba alguna especie de rezo, al tiempo de risas de varias personas, como si hubiera más de 2 en la habitación”, relata Diego.
Después de unos minutos que parecieron horas, la señora salió y dejó a Mario adentro, encerrado.
“Chicos, esto es algo que yo no puedo trabajar. Es mucho más fuerte de lo que esperaba. Necesitamos ayuda.”
La señora levantó su teléfono e hizo la llamada…
3:07 am
Se vieron unas luces de coche cruzar el patio, y hasta la puerta llegó un sacerdote con un maletín. Saludó a los presentes y entró a platicar con la señora. Posteriormente le entregó a cada uno de los chavos un crucifijo y les pidió hacer oración, mientras “platicaban” con Mario encerrados.
Pasaron unos minutos y unos gritos desgarradores comenzaron a escucharse desde el cuarto. Todos estaban asustados, ni siquiera podía concentrarse en rezar un Ave María.
Al cabo de un tiempo el sacerdote salió de la habitación con la mujer y le dijo a los jóvenes: “Esto es algo muy fuerte. Avisen a sus papás que esta noche no van a llegar a su casa…”.
3:31 am
Aún era la mitad de la madrugada, y fue entonces que comenzó el exorcismo. El Padre untó aceite en la frente de los amigos y entregó agua bendita, además de una medalla de San Benito.
“Necesito que se junten, todos péguense y no dejen de hacer oración. Por ningún motivo abran los ojos ni volteen a ver a su amigo. Nunca dejen de rezar”, fueron las instrucciones del sacerdote antes de que todos entraran a la habitación.
Diego solo alcanzó a ver que Mario se encontraba sentado, amarrado con unos lazos a un poste. Después de ahí cerró los ojos y lo que recuerda es por todo lo que escuchó.
El Padre abrió la Biblia, comenzó a rezar y se comenzaron a escuchar muchas voces, en diferentes idiomas que no lograban entender, como si hubiera muchas personas en la habitación. Las risas eran burlonas, los gritos erizaban la piel, se escuchaban como si los tuvieran a unos centímetros del oído.
Corría mucho viento frío por toda la habitación, e incluso Diego relata que sentía como algo lo empujaba, como si intentara agredirlo.
“¡Salmo 92 Padre!”, se escuchaba gritar la voz original de Mario, como si regresara en sí solo unos segundos, pero después volvía ese tono macabro.
Aún le eriza la piel a Diego recordar todo lo que escuchó esa madrugada, que por muchos meses le quitó el sueño.
4:55 am
Algo tocó el hombro de Diego: era la mano del sacerdote diciendo a los chicos que ya podían parar. El verdadero peligro había terminado, pero este asunto tenía que ser reportado a la Diócesis.
Mario solo se encontraba sentado en el piso, con la mirada perdida, tratando de entender todo lo que había ocurrido. Nadie decía nada, solo se miraban entre ellos.
Estaban cansados, pero nadie quería dormir.
Al amanecer llegaron los papás de dos chicos y auxiliaron al resto, mientras que Mario fue llevado con el sacerdote a otro lugar.
Hace 16 años
Esa noche fue la última vez que Diego vio a Mario, hace 16 años aproximadamente. Lo último que supo de él fue que tuvo que recibir ayuda psiquiátrica a pesar del apoyo que recibió en la iglesia.
Esa noche aún continúa latiente en al memoria de Diego, una noche que no solo le robó el sueño aquella vez, sino que desde entonces ha visto y escuchado cosas que le parecen no tienen explicación.